María de los Ángeles Verón nació el 14 de diciembre de 1978 en el sanatorio Cantón. Por haber sido sietemesina, sus dos primeros meses los pasó en una incubadora. Sus padres, Daniel Verón y Susana Trimarco, le dieron tal sobredosis de amor que se recuperó más rápido de lo previsto. La llevaron a su casa de Bella Vista y, a los ocho meses, se mudaron a la capital, a un departamento que estaba ubicado arriba de la sede de Fotia, en barrio Sur. Su vida transcurrió normalmente, como la de cualquier joven tucumana. Pero el 3 de abril de 2002, desconocidos la arrebataron de su familia y no se volvió a saber nunca más de ella. Ese día quedó grabado como el inicio del caso de Marita Verón.
En una nota publicada días antes de que comenzara el juicio a los acusados de privar a Marita de la libertad y de obligarla a ejercer la prostitución, Trimarco contó cómo era su hija. “Le gustaba patinar; vivía con las rodillas lastimadas. Y su pasión era el dibujo, le encantaba”, declaró. Gran parte del día lo dedicaba a crear figuras y paisajes, y después se pasaba horas patinando en las veredas o en cualquier plaza. También en la pista de hielo que se instaló en Junín al 600, a fines de los 80.
Marita creció en un hogar en el que muchas veces faltó algo y en el que nunca sobró nada. Su padre, en un primer momento trabajó en un organismo de control a nivel nacional y después fue nombrado empleado de la Legislatura por el parlamentario José “Gallito” Gutiérrez. Trimarco era ama de casa y se dedicaba al cuidado de sus hijos, Daniel Horacio y María de los Ángeles.
Marita, como la llamaron desde muy pequeña, cursó los estudios primarios en el colegio de La Merced. Esa fue la razón por la que la hermana Marta Povalej acompañó a la familia en su lucha por encontrarla. Al secundario lo hizo en el colegio Guillermina, pero por problemas personales tuvo que cambiarse a otro establecimiento. Volvió al año siguiente y por una cuestión de equivalencias de materias debió repetir el cuarto año. Sus ex compañeras siempre la recordaron como muy amiguera y leal. Pese a que transcurrieron dos décadas de su desaparición, las que accedieron a hablar de ella prefirieron hacerlo sin que se publicara su nombre.
“Marita desapareció en el mejor momento de su vida”, explicó María Rosa Ponce, que además de haber sido una de las personas más cercanas, como abogada trabajó en la Fundación María de los Ángeles Verón y formó parte del largo proceso judicial del caso. “Han pasado 20 años de su desaparición y todas las amigas cercanas nos seguimos juntando y hablando sobre ella. Si hubiera sido una amiga fallecida, quizás ni tocaríamos ese tema en cada encuentro. Pero ella está presente siempre”, agregó.
Marita no dudó mucho a la hora de elegir qué estudiaría. Se dejó llevar por su pasión y se inscribió en la Facultad de Artes, que era su lugar en el mundo. En esos días conoció a David Catalán. Ambos se enamoraron rápidamente. “A pesar de todas las cosas que se dijeron en este tiempo, él fue el único hombre de su vida. El amor de su vida y el padre de su hija Sol Micaela”, señaló Ponce.
Otras conocidas admitieron que la noticia no fue muy bien recibida por Verón y por Trimarco. “Como cualquier padre o madre, se preocuparon porque era ella muy joven para ser mamá y porque se le truncarían los sueños. Después, con el tiempo, la apoyaron incondicionalmente”, explicó una de ellas. Esa versión coincidió con los dichos de Trimarco en el reportaje que publicó LA GACETA. “Marita hizo las cortinas para ‘Mica’. Tenía una máquina de coser con las que hizo las sabanitas para la cuna. Yo la ayudé, porque sabía coser al crochet”, comentó Trimarco. “Hicieron un enorme esfuerzo para comprarle un departamento para que ella fuera feliz”, detalló Ponce.
“Es imposible que haya pensado en abandonar a su pareja y a su hija; estaba feliz con ellos. No hay posibilidad alguna de que haya hecho algo así”, dijo Luciana Blanco cuando declaró en el juicio. Marita estaba llena de proyectos. Por cuestiones económicas estaba preparándose para regresar con su familia a la casa materna. Pretendía inscribir a su hija en un jardín de infantes, había realizado un curso de preceptora, estaba cursando para ser maestra jardinera y, después de haber tramitado el cambio de domicilio, acababa de transformarse en habitante de la localidad de Garmendia para que el legislador Gutiérrez le consiguiera algún tipo de ayuda, como un puesto en la comuna.
Blanco y sus amigas, desde un primer momento, salieron a buscar a Marita. En el debate ella recordó una situación que le había llamado la atención. “Decidimos hacer afiches con su foto y pegarlos en todas partes para tratar de encontrarla. A mí me tocó Yerba Buena. Pegué los carteles por la avenida Aconquija, desde El Cristo hasta el mástil. Me fui a casa y cuando volví a pasar, a las 15, no había ningún cartel. Me largué a llorar, había algo raro. Nunca tuve una explicación sobre eso”, sostuvo. Con el tiempo terminaría enterándose de que mientras ella la buscaba, su amiga estaba secuestrada en una casa de esa ciudad.
Recuerdos de barrio
El barrio Gráfico II está ubicado en Las Talitas. Se trata de un típico complejo habitacional construido por el IPV. Verón y Catalán se instalaron en uno de los departamentos que hay allí. Los efectos de la crisis de 2001 los habían golpeado y, como pasaba con la mayoría de los tucumanos, trabajaban de sol a sol para mantener el hogar. Él se dedicaba a la herrería artística con sus padres. Marita, en cambio, tenía a su cargo el cuidado de la pequeña que iluminaba el hogar y, a la vez, atendía la pequeña despensa que Trimarco le instaló en su casa para que pudieran sobrevivir. Eran tiempos en que la economía del país estaba detonada.
Han pasado 20 años desde que Marita fue vista por última vez y en ese lugar pocos la recuerdan. “Sí sabíamos que vivió aquí, pero la gente que la conoció se fue a otro lugar. Ellos contaron que eran unos chicos muy unidos y que no tenían problemas con nadie”, comentó Juan Carlos Martínez. “También estaban los malos comentarios, pero nada que ver”, insistió. ¿Cuáles eran esos malos comentarios? “Y, hubo un montón. Por ejemplo, que él sabía dónde estaba Marita, pero nada que ver. También hablaban mal de ella, pero eran mentiras. Si hay un recuerdo que perdurará en el tiempo es cómo se encargaba esta chica de su hija. Siempre estaba de punta en blanco. Por eso no creo que la haya abandonado para irse con otro, como también dijeron”.
Varios vecinos del barrio afirman que Catalán sufrió mucho desde la desaparición de su pareja. “Se notaba porque esos días andaba hecho un alma en pena. Estaba muy preocupado y le dolía un montón no saber nada ella”, señaló Azucena Jiménez. Su amiga María Teresa Hidalgo la escuchó atentamente y agregó: “con el correr de los años nos enteramos de que una enfermara del barrio la podría haber entregado, pero nunca le hicieron nada. Fue al juicio y estuvo a punto de que la detuvieran. Eso era lo que se decía, pero nunca más se supo de ella”.
Las primeras líneas
La causa quedó en manos de la fiscala Joaquina Vermal, fallecida el 9 de junio de 2003, en plena etapa de investigación. La pesquisa se desarrollaba como cualquier otra de desaparición de personas. Todos los días Verón y Trimarco se presentaban en tribunales para preguntar por novedades y a quejarse por los errores que cometían los investigadores. Había decenas de llamados brindando información falsa y falta de recursos para profundizar la búsqueda. “Al pasar el tiempo y al no haber novedades, a la doctora le pareció importante consultarles a sus colaboradores más cercanos si no convenía archivar la causa. Se armó una discusión y fue (Ernesto) Baaclini el que recomendó que no se lo hiciera, porque tendrían serios problemas. La doctora (Vermal) recapacitó y se tomó otra política”, explicó M.P.R, ex empleado judicial.
La fuente, que prefirió ser identificado por las siglas para no tener problemas, dijo que esa “política” consistió en aceptar y hacer todo lo que la familia de Marita quería. Y una de ellas era que se nombrara a Jorge Tobar como el policía encargado de llevar adelante la búsqueda de Marita, planteo que fue aceptado por la fiscala sin chistar, pese a que, según el organigrama no le correspondía hacerlo. Tampoco había ningún impedimento legal para aceptar la propuesta. Y la familia lo eligió por una razón: le tenían confianza.
Tobar había sido compañero de estudios de Verón en Simoca, donde ambos crecieron. Él se arrimó a los padres de Marita al haberse enterado de la desaparición. Fue uno de los pocos que se ofreció a cambio de nada, como se verá en una próxima entrega.
Hasta ese momento, sólo se sabía que Marita pasó el fin de semana largo en la casa de sus padres, porque habían realizado una reunión familiar. Querían ayudar a su madre con la organización de los festejos del aniversario de casados. La víctima aprovechó que estaba ahí para concurrir a la Maternidad. Una vecina, que era enfermera, le había conseguido un contacto para colocarle un DIU, ya que ella dijo conocer al jefe de personal del hospital. El martes 2 de abril se presentó en el centro asistencial y logró que le dieran un turno para el día siguiente. El 3 de abril la joven de 23 años dejó el hogar materno para terminar con ese trámite y nunca más volvió.
Tobar, según consta en el expediente, consiguió un dato clave. Se entrevistó con una mujer que ejercía la prostitución en la zona del parque 9 de Julio y ella le contó que Marita había sido secuestrada por una red de trata de personas con fines de explotación sexual. El investigador profundizó la pesquisa de esa línea y logró elaborar una teoría. Marita fue interceptada en la esquina de las calles Thames y Santiago del Estero, a pocos metros del lugar donde vivía. Lo que pasó después sigue siendo un misterio.
Sí se confirmó que Marita fue trasladada a una casa de Yerba Buena (ciudad donde hicieron volar todos los afiches que tenían su rostro) y que luego la “vendieron” por $2.500 a una organización que tenía varios prostíbulos en La Rioja, lugares que eran conocidos como whiskerías y que crecieron gracias al amparo policial y judicial de esa provincia.
El investigador, con conocimiento de las autoridades judiciales, viajó a esa provincia y logró un testimonio clave. Una joven que estaba cautiva de una red en uno de esos antros le dijo que Marita había estado en ese lugar a la fuerza. Él, y no Trimarco, fue el que consiguió al menos una declaración que permitió apuntar todos los cañones hacia esa provincia. A los dos meses de haber sido secuestrada Marita, la investigación comenzaba a orientarse hacia esa provincia. Pero aún faltaba recorrer un camino lleno de obstáculos, polémicas y corrupción.